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«Nunca te dejaré; jamás te abandonaré» (Hebreos 13:5)
La sensación de liberación del dolor en el alma la conocieron muchos personajes bíblicos.
Fueron tan humanos como nosotros y atravesaron laberintos de circunstancias de vida muy
parecidos a los que experimentamos todos, y sintieron emociones muy semejantes a las
nuestras. Daniel tuvo que haberla vivido cuando lo liberaron del foso de los leones. José,
cuando lo sacaron de la cisterna. Pedro, cuando pudo salir de la cárcel. Jonás, cuando lo
expulsaron desde el vientre del gran pez. David, cuando venció a Goliat. Los discípulos,
cuando se calmó la tempestad. La mujer del flujo de sangre, cuando se sanó de su
enfermedad. Marta y María, cuando vieron a su hermano Lázaro salir de la tumba. Al igual
que estos personajes se libraron de sus laberintos, nosotros podemos liberarnos también.
Una señora relata respecto de una oportunidad en que, durante una feria de diversión,
estuvo recorriendo un laberinto con su hijo. Una vez terminado el primer recorrido, que
nos les salió nada de fácil y tuvieron que desandar muchas veces los caminos, saliendo, le
dijo con voz autoritaria: «Mamá, vamos a pasar por el laberinto otra vez». Relata que él
ha estado rodeado de personas que le han enseñado a no rendirse y a seguir intentándolo.
Frente al dolor emocional hay que grabar esto en el fondo de nuestro ser: aunque pueda
parecer que los quebrantos procuran desbaratar la vida, ellos no lo lograrán. Hay que
seguir luchando una vez más. Creyendo la promesa del Señor.
En la segunda ocasión en que recorrieron el laberinto, su hijo salió riéndose y dando saltos
de alegría. Es que cuando ya sabemos que Dios nos salvó una vez, tenemos total convicción
de que lo podrá volver a hacer y de una forma más gloriosa que la vez anterior. Dios lo
hará de nuevo. Verás Su fidelidad.
A veces no sabemos cuáles serán Sus estrategias, ni el tiempo preciso. Sin embargo, Dios
lo hará otra vez. Ya lo dice la Biblia: «La gloria postrera […] será mayor que la primera,
ha dicho Jehová de los ejércitos; y daré paz en este lugar, dice Jehová de los ejércitos».
(Hageo 2:9).
Oremos y afirmemos que cuando nos invada el dolor emocional, decidiremos confiar en Él;
¡¡digámoselo!! Que cuando nuestros pensamientos estén llenos de pesadumbre, de dudas,
de dolor, decidiremos entregárselos a Él. Que cuando a mi puerta toque la tristeza, decido
ser reconfortado en Él. Que cuando la ansiedad haga su entrada, decido sustituirla por la
experiencia de Su paz que sobrepasa todo entendimiento. En el nombre de Jesús ponemos
todos nuestros pensamientos y emociones a sus pies, para Su honra y para Su gloria.
«Destruimos argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y
llevamos cautivo todo pensamiento para que se someta a Cristo.»
(II Corintios 10:5)