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Sísifo, es un personaje de la mitología griega, que esquiva la muerte, dos veces, con astucia. En castigo, Zeus lo condena a empujar una roca grande y pesada cuesta arriba. Cuando Sísifo llega con la roca a la cima, ésta rueda hasta abajo y Sísifo debe comenzar nuevamente con la tarea, por la eternidad. ¿Se imaginan como se habrá sentido Sísifo cada vez que llegaba a la cima, pensando por un momento que quizás esta vez la roca se quedaría allí? ¡Qué frustrado y desilusionado se habrá sentido al verla rodar hasta abajo otra vez!

El relato del hombre que estaba junto al estanque de Betzatá nos puede hacer recordar a Sísifo. En Jerusalén, Jesús se encuentra con un hombre en el estanque de Betzatá, donde la gente acudía buscando sanidad. La primera persona que ingresaba en el estanque, después que el ángel agitara el agua, sería sanada. Juan 5:1-9 dice que “entre ellos se encontraba un hombre inválido que llevaba enfermo 38 años” y cuando Jesús le preguntó si deseaba quedar sano, respondió “Señor, no tengo a nadie que me meta en el estanque mientras se agita el agua y, cuando trato de hacerlo, otro se mete antes”. Juan no nos dice cuánto tiempo había estado esperando junto al estanque, sólo que… «ya tenía mucho tiempo de estar así”.

¡Qué frustrante debe haber sido para este hombre! Cada vez que se agitaba el agua tenía una oportunidad, y cada vez alguien llegaba antes que él. ¡Cuántas veces habrá pensado en darse por vencido! ¿Qué hizo que siguiera esperando junto al estanque? ¿Cómo lidió con el temor a no llegar nunca primero al agua?
Puede resultar más fácil imaginar que nuestras vidas se asemejan más a la de Sísifo que a la del hombre del estanque – pensar que nuestra perseverancia no va a rendir frutos – que estamos condenados a luchar contra la dificultad que estemos atravesando por toda una vida. Lo que ubica al hombre enfermo fuera del mito, no es sólo el milagro obvio del texto, sino un segundo milagro: el hombre permaneció junto al estanque. Contra toda lógica, sabiendo que posiblemente jamás entraría al agua, estaba resuelto a intentarlo.

Nosotros tenemos la ventaja de saber cómo termina la historia, pero yo no podría culparlo por dudar que las cosas jamás cambiarían para él. Qué fácil habría sido, en esas circunstancias, que perdiera la fe. Decidir mantenerse intentándolo le da a la historia un carácter aún más milagroso.

Muchas veces nos sentimos como Sísifo, luchando sin cesar contra el estrés, la incertidumbre, el temor, el agotamiento.

Aunque no se produzcan cambios inmediatos en nuestras vidas y no reciba el milagro que deseamos o esperamos, aferrémonos a la esperanza de que mañana puede ser el gran día. Cuando se acaban nuestras fuerzas y estamos a punto de tirar la toalla… Su Palabra nos da la fortaleza y la entereza para seguir adelante. Y esto, de por sí, muchas veces ya es un milagro.

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