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En el Espíritu cargamos algo poderoso de Dios, pero debemos
estar listos a pasar por Su proceso…
En la dimensión espiritual, nada está en proceso de ser creado y nada será creado en el
“futuro”. Todo existe, está totalmente desarrollado, maduro, completo, listo o formado.
Además, en el ámbito espiritual todo es instantáneo, ocurre en un eterno presente. Por
el contrario, en la dimensión natural, somos gobernados por el tiempo. Por eso, después
de ser creados en el cielo, todo lo que es formado, en la tierra en cumplimiento del plan
de Dios, requiere un proceso. Esto incluye nuestra vida y nuestro propósito.
Su propósito ya ha sido establecido por Dios. Sin embargo, existe una enorme distancia
entre la creación y la formación, hasta llegar a convertirnos en aquello para lo cual Él
nos creó. Necesitamos pasar por un proceso —generalmente una serie de procesos—
para que nuestro propósito alcance madurez o plenitud. Los aspectos de nuestro
propósito se revelarán mientras esperamos el tiempo terrenal determinado por Dios
para su cumplimiento. En el Espíritu cargamos algo poderoso de Dios, pero debemos
estar listos a pasar por Su proceso, para que lo que ya ha sido creado en el ámbito
espiritual pueda manifestarse en el natural.
La ley del proceso
Así como en el mundo natural hay leyes universales, tales como la ley de la gravedad o
las leyes del movimiento, en el mundo espiritual también las hay. Las leyes universales
no pueden evitarse, anularse o cambiarse. La ley del proceso es una de ellas. No es
opcional, sino una ley a la que todo propósito del cielo está sujeto.
Un proceso es una serie continua de acciones, pasos y cambios que conducen a un
resultado o destino. Nuevamente, nos sometemos a este proceso para formarnos. Estar
“formado” significa estar completamente desarrollado, completado, terminado o
entrenado. Crecer en nuestro propósito demanda adaptarnos a nuevos niveles de
madurez, intelecto y carácter. Sin duda, a menudo debemos pasar etapas dolorosas que
conllevan tiempos de ajuste y adaptación, hasta que alcancemos el desarrollo y
transformación que requiere nuestro propósito.
Si no pasamos por este proceso, no podremos entrar en nuestro destino. Muchas
personas saben en teoría que fueron creadas para un propósito grande, pero nadie les
ha enseñado cómo lograrlo, ni qué hacer con él. Otros entienden la idea del proceso,
pero no están dispuestos a someterse a éste, por lo que terminan desperdiciando su
potencial. Por esta razón, violar la ley del proceso puede ser letal para nuestro llamado.
Total transformación
El objetivo principal del proceso es lograr una transformación total en nuestras vidas. El
proceso de Dios conduce a la transformación de nuestro espíritu, alma y cuerpo.
Debemos ser transformados a la imagen de Cristo, que es un proceso continuo y
progresivo que nos lleva “de gloria en gloria” (2 Corintios 3:18).
¿Qué podemos esperar de este proceso de transformación? Estos son algunos de sus
propósitos divinos.
1. La transformación cambia nuestro corazón. Toda transformación a la imagen y
semejanza de Cristo se origina en el corazón, no en la mente, aunque la mente también
es renovada. Realmente no podemos ser cambiados simplemente aplicando una
comprensión mental de los principios sólidos. Primero debemos ser transformados en
nuestro espíritu. Cuando nuestro espíritu se renueva en Cristo, podemos experimentar
cambios en nuestras mentes y emociones.
2. La transformación nos lleva a conocer a Dios como nuestra total realidad. Nuestra
transformación por el Espíritu Santo nos hace conscientes de la realidad de Dios y nos
permite recibir la revelación de la mente del Padre. Si permitimos que el Espíritu Santo
nos guíe y transforme, podremos ver a Dios en todo Su esplendor en cada área de
nuestra vida.
3. La transformación nos lleva a demostrar el poder, dominio y autoridad de Dios. El
proceso divino nos permite experimentar a Dios en el “ahora” y manifestar su vida y
poder en nuestro entorno. Cuanto más avanzada sea la transformación de nuestro
cuerpo, mente, voluntad y emociones, más podremos demostrar el poder de Dios y
extender Su reino con la autoridad que Jesús ganó en la cruz.
4. La transformación nos permite ser portadores de la gloria de Dios. La transformación
también trae la presencia de Dios y nos hace portadores de Su gloria. Dondequiera que
esté la presencia de Dios, allí el cielo invade la tierra, y Dios hace lo que al hombre le
resulta imposible. Usted puede convertirse en un portador de la gloria de Dios, siempre
y cuando se deje transformar por el Espíritu Santo.
5. La transformación hace que la vieja naturaleza muera. Cada vez que permitimos que
el Espíritu Santo traiga cambios y sanidad a nuestra mente y emociones, más del poder
de la vieja naturaleza pecaminosa que está en nosotros muere. Al mismo tiempo, la
naturaleza santa de Jesús crece en nosotros hasta que somos transformados a Su
semejanza.
A medida que nos parecemos más a Cristo, nuestra transformación da lugar al desarrollo
de nuestro carácter personal. Tener un carácter maduro es una condición fundamental
para cumplir nuestro propósito eterno en la tierra. Pídale al Espíritu Santo que le dé
fuerza y sabiduría para someterse a su proceso personal de transformación, para que
pueda reconocer su llamado y alcanzar su propósito.